Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, he aquí, unos magos del oriente llegaron a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? (Mateo 2:1?2)
A diferencia de Lucas, Mateo no habla de los pastores que fueron a visitar a Jesús al establo, sino que inmediatamente pone énfasis en los extranjeros que venían del oriente para adorar a Jesús.
Mateo describe a Jesús, desde el principio hasta el final de su Evangelio, como el Mesías universal de las naciones, no solo de los judíos.
Aquí, los primeros adoradores que se presentan son magos de la realeza o astrólogos o unos hombres sabios que no venían de Israel, sino del oriente quizás de Babilonia. Ellos eran gentiles, eran impuros.
Hacia el final de Mateo, las últimas palabras de Jesús son: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones».
Sus palabras no solo abrieron las puertas para que nosotros los gentiles pudiéramos regocijarnos en el Mesías, sino que fueron una prueba más de que él era el Mesías. Una de las reiteradas profecías era que las naciones y sus reyes acudirían a él como el soberano del mundo entero. Por ejemplo, Isaías 60:3 dice: «Y acudirán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu amanecer».
Por lo tanto, Mateo añade pruebas del mesianismo de Jesús y demuestra que él es el Mesías un Rey y Aquel quien cumpliría las promesas para todas las naciones y no solo para Israel.
Devocional tomado del sermón “Hemos venido a adorarlo»